Hoy cedemos la palabra en nuestro blog a Antonio García Mengot, vocal y senador del Senado del Museo de la Imprenta, que nos narra una curiosa historia relacionada con la imprenta, durante los fascinantes años 60 del siglo pasado.
Del campo a los talleres de impresión
En el año 1963, sucedieron algunos de los acontecimientos más importantes del pasado siglo.
Martin Luther King Jr. pronunció su discurso I have a dream desde las gradas del Monumento de Lincoln.
George, John, Paul y Ringo lanzaron Please Please Me, en el Reino Unido.
Asesinaron al presidente John F. Kennedy cuando viajaba en una caravana de vehículos en Dallas. A bordo del Air Force One, en el aeropuerto Love Field de Dallas, el vicepresidente Lyndon B. Johnson prestó juramento como nuevo presidente de EE. UU.
En Valencia y en España, nuestros pequeños mundos, también sucedieron cosas muy importantes. En 1963, la Imprenta Roig de Alginet imprimió por primera vez el libro de fiestas de su localidad.
El Sr. Roig, hasta 1962, estaba dedicado a las labores del campo. Era agricultor. Yo lo conocí como amigo de mi padre antes que como impresor. Era nuestro asesor en materia de huertas, frutales y podas, en las que mi padre era un absoluto aficionado.
Mis primeros recuerdos de las artes gráficas son de la imprenta del Sr. Roig. El olor de la tinta o el del papel impreso, me transporta a algunos sábados en los que visitábamos aquella imprenta.
Mientras mi padre estaba haciendo cosas que entonces yo desconocía, mi madre, mi hermana y yo estábamos con el resto de su familia.
Siempre acababan aquellos sábados en fabulosas paellas que comíamos en su terraza. No recuerdo si también era la vivienda particular. Pero aquella imprenta y aquella casa me parecían inmensas. A los niños siempre les parece todo mucho más grande de lo que en realidad es.
Unos años más tarde, algunos domingos era el Sr. Roig quien venía a nuestro chalet y se dedicaba a arreglar las podas de mi padre y a plantar lo que se debía en cada temporada.
Nos arreglaba el desorden agrícola que nuestras incursiones en la vida autosuficiente producían. Mantenía también los árboles de nuestro vecino de entonces, Fernando Puchades.
El Sr. Puchades tenía una encuadernación en Ruzafa. Se gestó una cadena de favores entre todos. Cosas de aquellos años 60. Hoy se llamaría crowdfunding o algo parecido.
El Sr. Roig tenía varios hijos que supongo pesaron en su decisión de montar una imprenta. Quería un futuro diferente para ellos, lejos de la dura vida que él llevaba. Lo recuerdo como una persona amable. Con la sabiduría de la gente del campo. Sabía cosas increíbles, como que los tomates se plantan en abril o las alcachofas en septiembre, o algo parecido.
Esos conocimientos, aunque relevantes, estaban lejos de los necesarios para poder abrir una imprenta. Pero animado por D. Vicente Peñafort, otro impresor de larga historia en Valencia, se puso en contacto con el representante de la Fundición Tipográfica Neufville en Valencia. El representante lo era desde hacía unos pocos meses y fue el primer encargo de montar una imprenta completa que recibió.
El nacimiento de una imprenta
Supongo que para acabar de convencer al Sr. Roig del buen fin de su intento, le ofreció sus servicios para enseñarle el oficio. Mi padre, representante de Neufville, empezó de aprendiz en la imprenta del Sr. Peñafort. Primero como cajista. Posteriormente pasó a la imprenta de la familia Laguarda, donde ascendió a maquinista y después a oficial de primera. Por tanto, podía enseñarle casi todo lo que el Sr. Roig necesitaba saber. La verdad es que se me hace difícil comprender cómo pudo aprender un agricultor todo aquello, pero así fue. Seguramente, era mucho más inteligente que nosotros.
En el año 1962, mi padre aún no disponía de coche. Para los desplazamientos utilizaba o autobuses o trenes. Como la comunicación entre Valencia y Alginet era regular, convenció a un tío mío para que lo llevara a Alginet cada tarde.
Cuando acababa su jornada laboral, iban en una Vespa a ayudar al Sr. Roig. El trayecto entonces era largo, más si cabe en una moto. Solía volver bien entrada la noche. Así, de esa forma, el Sr. Roig fue aprendiendo el oficio.
La imprenta tenía como máquinas de impresión dos Minervas Hispania III. Si ya era complicado aprender un oficio que se aprende durante años, el de cajista, imprimir con una Minerva de marcaje manual no tenía menos dificultad. Compró el Sr. Roig todo lo necesario. Comodines y súper comodines. Perforadora, guillotina, y todas las máquinas auxiliares.
Recuerdo a muchos impresores a los cuales les faltaba algún dedo. Era bastante normal por entonces. En contra de lo que la gente solía pensar, no eran las guillotinas de cortar papel las que provocaban los accidentes. Solían ser las máquinas de imprimir.
Algunos modelos contaban con un pedal que retenía el movimiento en caso de fallar al marcar la hoja. No obstante, los accidentes eran frecuentes.
Es difícil de explicar cómo durante el movimiento de abrir y cerrar el tímpano de la minerva, el impresor podía sacar el papel ya impreso y meter una nueva hoja en blanco. La máquina no paraba, así que la posibilidad de tener un problema en caso de fallo, era alta.
Es de suponer que hoy ese funcionamiento de una máquina estaría prohibido y no tendría el sello CE. Pero en aquellos tiempos, suponía todo un avance.
Unos años después, los dedos de los impresores fueron sustituidos por las aspas de otra minerva célebre. La Heidelberg de aspas y su hermana pobre, la Grafopress.
El primer gran encargo
En el año 1963, la imprenta del Sr. Roig recibió el encargo del libro de fiestas de Alginet, su pueblo. Ya no era una tarea menor y al alcance de alguien que estaba aprendiendo. Durante algunos meses, fueron haciendo algunos trabajos: facturas, tarjetas de visita, albaranes, etc. Pero un libro de fiestas era el doctorado para una imprenta recién abierta.
Fue un año de cambios importantes en el mundo. En el nuestro también lo fue. Mi padre se compró un Seat 600, utilizando todos sus contactos para reducir el tiempo de espera que era de cerca de un año. Lo consiguió en un par de meses, previo pago de 60.000 pesetas.
Aquel coche cambió nuestra forma de vida y la de mi padre. Recorríamos el mundo cada fin de semana. Viajábamos a ver a la familia. Llanera, Alcudia de Crespins y Fuente Álamo quedaban a partir de entonces más cerca. Cómo podíamos entrar seis personas en aquel coche, más los trastos de la paella dominical, sigue siendo a día de hoy un misterio para mí.
El primer servicio importante que prestó aquel coche fue colaborar en la impresión del libro de fiestas de 1963 en Alginet.
Metidos en la faena de imprimir aquel libro, pronto se dieron cuenta de que no iba a ser entregado en fecha solo con ellos dos trabajando.
Reclutaron para la tarea a parte de los compañeros de mi padre de Imprenta Laguarda. Ya con el Seat 600, se podían desplazar varias personas hasta Alginet.
Durante algunas semanas, el 600 sustituyó a la Vespa para trasladar a los refuerzos hasta la imprenta. Cada noche, la esposa del Sr. Roig preparaba la cena para aquel batallón de impresores de apoyo.
Aquel encargo acabó en éxito rotundo para el Sr. Roig. El libro pudo ser entregado en la fecha y con gran éxito popular. La imprenta cumplió su cometido, puesto que se asentó en la vida del pueblo, proporcionando un futuro para la familia, lejos de los sinsabores de la vida ligada a la tierra.
Es probable que la historia no sucediera exactamente así. O que le fallen algunos recuerdos a mi padre. Ya se sabe que cuando cuentas una historia muchas veces, algunas partes las mejoras o las cambias. Pero la cuento como me la contó a mi él y como a mí me gustaría que hubiera ocurrido. Como la pequeña historia de una imprenta de pueblo.
Muchas gracias a Antonio García Mengot por compartir con nosotros esta entrañable historia de la imprenta, un oficio y un arte al que estamos muy orgullosos de pertenecer.